Las empresas alcanzan el éxito con la misma velocidad que se hunden. Jamás el mundo corporativo se había movido tan rápido
Corría el año 2000,
la psicosis colectiva sobre el efecto 2000
se había apaciguado, en las tiendas españolas aún se veía el euro con
recelo y la economía occidental estaba inmersa en una enorme
burbuja económica a punto de estallar: la burbuja de las puntocom.
Las empresas peleaban con uñas y dientes, gracias a la ayuda de
inversores cegados por la conocida como nueva economía, por alcanzar una
gran cuota de mercado en Internet a cualquier precio. Esperaban
conseguir una gran fama que les permitiera rentabilizar sus servicios.
Era la hora de hacerse grande rápido. Internet era un nuevo mundo en el
que hacer dinero y
las empresas se financiaban a través de capital de riesgo y ofertas públicas.
Yahoo, el referente,
consiguió alcanzar una capitalización bursátil de 125.000 millones de dólares ese año.
Por aquel entonces, Internet era una gran explanada de portales con
información, diseminados por todo el ciberespacio, a los que se accedía
directamente o a través de Yahoo. Era la Roma del Imperio Romano. Los
inversores estaban entusiasmados con esta nueva oportunidad y su dinero
parecía estar respaldado por el acelerado crecimiento en ingresos de
Yahoo, así que invirtieron en pequeñas compañías de Internet.
Estas, para obtener más tráfico y crecer, compraban anuncios en Yahoo. El círculo perfecto.
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