El capitalismo sin quiebra es como el cristianismo sin infierno. La
destrucción creativa que proporciona el verbo quebrar es una de las
varitas mágicas del sistema: quiebran los individuos, quiebran las
empresas, quiebran hasta los países y de esa manera se supone —se
supone— que la economía se regenera, se purifica, expía sus pecados y es
capaz de seguir adelante. Esa regla de oro vale para todos los agentes
económicos. Con una sonora excepción: los grandes bancos, algo así como
el aparato circulatorio de la economía global.
https://elpais.com/economia/2018/09/07/actualidad/1536333092_303809.html
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