La compañía de productos cosméticos pelea por salir de pérdidas presionada por la dura competencia de las compañías de bajo coste
Madrid
Yolanda Fernández hizo un pedido a Avon hace un año.
Ofrecían muestras gratuitas en una página de Facebook. “Introduje mis
datos y sin saberlo me había dado de alta como distribuidora. En ese
momento tenía 46 años, no encontraba trabajo, pese a llevar toda la vida
como dependienta. He sido comercial de tejidos, de productos de
limpieza, hasta de la Thermomix”. El lote le encantó. “Era para mi
consumo, me pareció superimportante que la empresa no testara en
animales. Me gustó mucho la calidad”. Siguió haciendo encargos de entre
200 y 300 euros para vendérselos a personas cercanas de su pueblo,
Alegría de Oria (1.700 habitantes), en Guipúzcoa. Ha extendido su labor
comercial a toda la comarca: hace directos en Facebook, tiene su propio
canal de Youtube y ha llegado a clientas en Asturias. “Hay meses en que
me gano medio sueldo, pero ahora veo el momento de dedicar más tiempo
para llegar a ingresar entre 1.000 y 1.500 euros al mes a final de año”.
Como Yolanda hay 35.000 vendedoras registradas en Avon, la mítica marca
de cosméticos norteamericana que desembarcó en España en 1965 con la
distribución puerta a puerta y que vive horas bajas.
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