Noruega busca la ética en el oscuro negocio petrolero

Una plataforma petrolífera en la zona noruega del mar del Norte.

En Escandinavia no gusta exhibir la riqueza. Quien busque ostentación, por ejemplo, en Oslo, no la encontrará. Por las vías traquetean tranvías oxidados y en la calle Karl Johan, antes una prestigiosa avenida comercial, los mendigos se disputan los mejores sitios. Un par de calles más allá, en un edificio corriente, Johan Andresen abre la puerta de una corporación única en el mundo. Su trabajo en ella consiste en conciliar dos conceptos rara vez conectados: dinero y conciencia.
Noruega es el tío rico de Europa. Desde que empezó su producción en 1971, la riqueza derivada del petróleo y el gas ha arrojado 1,1 billones de euros a las arcas del país. En los noventa, el Parlamento creó el llamado Fondo Noruego del Petróleo, destinado a administrar y reinvertir el superávit de las industrias extractivas. Solamente el 4% de los ingresos fluye a los presupuestos anuales para repartir en ayudas a la población. Desde su fundación, el Banco Nacional de Noruega ha adquirido participaciones en unas 9.000 empresas, todas ellas en el extranjero, con el fin de no calentar más de la cuenta la coyuntura creada en el país por los ingresos del petróleo. Solo en Alemania, Noruega posee bonos, acciones de empresas y bienes inmuebles por valor de 54.000 millones de euros. El Fondo Noruego del Petróleo es propietario del 1,64% del grupo Volkswagen. Estos fondos soberanos existen en casi todos los países, pero ninguno cuenta con alguien como Andresen. Y es que este hombre de 56 años es el presidente del consejo de ética y, por tanto, el guardián de la moralidad de las inversiones del banco.

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