Tras una década de
empacho ultraconsumista, con descargas ilegales y productos 'low-cost',
surge un nuevo modelo, el cliente prémium, que prefiere pagar por un
producto que redunde en su bienestar y no le haga perder el tiempo
Una época distinta en hábitos culturales y también alimentarios. Una forma distinta de consumir. Si uno quería mascarpone o una cerveza de las Antípodas tenía pocos recovecos, pocos locales comerciales, donde acudir para adquirirlo.
Luego apareció internet y nos volvimos locos. Ante nuestros ojos, un maremágnum. De repente, Napster o The Pirate Bay. Y todas aquellas páginas en las que se podía descargar cualquier película, cualquier disco y cualquier libro. El ocio, daba la sensación, siempre sería gratis. Internet era el futuro, escuchábamos: se podía obtener casi de todo sin desembolsar nada. Daba comienzo la era digital y lo hacía exaltando la cultura de lo gratuito. Acumulábamos, sin gastar.
Sin embargo, algo ha cambiado: se come distinto, el ocio es otro y, si uno siempre tuvo algo de gourmet- más allá de su capacidad adquisitiva- encuentra el producto ansiado en cualquier supermercado, porque hasta los llamados low-cost tienen ya sus zonas prémium; llámelo VIP, especial, distinto, un poquito más lujoso o lo que se conoce como capricho.
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